Crítica de «Kamikaze»: diversión de manual.

 

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El humor absurdo hace tiempo que no tiene cabida en la cartera de estrenos comerciales o, al menos, ese humor que abogue por resultar referencial a los grandes hitos del género, todos ellos ubicados en gloriosas épocas pasadas, desde la irreverencia de los Hermanos Marx hasta el surrealismo de Amanece, que no es poco (1989), de José Luis Cuerda. El principal mérito de un film como Kamikaze, debut en el largometraje de Álex Pina, consiste en querer impregnar de tan sano sentido del humor una historia ubicada casi por completo en el extremo contrario: la inmolación de un terrorista radical en un avión. Claro que, el punto de partida nos lleva al primer y loco elemento surrealista del relato, que consiste en truncar los planes iniciales del suicida y enfrentarlo a una convivencia forzosa con sus víctimas por culpa de la cancelación del vuelo que él iba a explosionar. En su arranque, Kamikaze mantiene muy bien el tipo jugando a ambas bandas, la de narrar la frustración homicida del protagonista contraponiéndola eficazmente a las bondades y delirios surgidos de su obligada toma de contacto con sus inconscientes víctimas.

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Es en este tramo donde claramente se halla lo mejor de un film que puede presumir de proporcionar una primera hora de absoluto divertimento, cuanto más se vincula a esa especie de humor surrealista y absurdo y donde sólo languidece por contados, aislados intermedios relacionados con alguna que otra subtrama en realidad innecesaria (la romántica, sobre todas). En su decidida apuesta por hilar fino y llevar al límite de la lógica el desarrollo de sus gags es donde Kamikaze obtiene sus mejores resultados, consiguiendo alcanzar incluso momentos en verdad hilarantes (el secado coral de la carga explosiva, la ‘operación’ para reducir al segundo terrorista) salteados por otros quizás algo más convencionales (la bajada en trineo) pero también de indudable eficacia. La brillantez también ha de aplicarse a la escritura de unos diálogos de endiablada puntería en las risas del respetable, por mucho que alguna réplica pueda sonarnos a la planicie cómica inherente a la producción televisiva (no en vano, Pina debe su formación como guionista en la pequeña pantalla). Por desgracia, llega un momento en el transcurrir del film en el que, una vez expuesto el conflicto central y perfilados los principales ejes cómicos de la función, se hace demasiado visible la incapacidad del material para trascender la mera anécdota y seguir construyendo de manera dosificada un relato lo suficientemente compacto como para no perder el nervio, el ritmo y toda la compostura en el camino.

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Y en esta tesitura, Pina demuestra, para mal, su condición de novel en la materia y trata de rellenar su historia con algo más de hondura. Es entonces cuando la cinta trata de conjugar en el mismo relato su vena delirante con la comprometida y cuando se nota a la legua la intención del director por aleccionar y hacer reflexionar a la audiencia sobre lo catastrófico de cualquier conflicto bélico. Pero no se queda ahí, sino que rizando el rizo pretende hacer de Kamikaze una suerte de La vida es bella (La vita è bella) (1998), de Roberto Benigni, haciendo de la troupe de personajes españoles una especie de instigadores de buenrrollismo capaz de, con su mera presencia, hacer tambalear los cimientos asesinos y de venganza del protagonista. Es ahí, en lo arquetípico de la narración a partir de ese momento, cuando a la película se le ven las costuras y deja de despertar entusiasmo. Y es que la parte ‘seria’ del film está construida con el mismo material de derribo mil veces empleado por la maquinaria de Hollywood para abordar no pocos temas espinosos apelando siempre a la sensiblería de manual, con lo que Kamikaze, como tantas otras producciones antes, logra en su segunda parte los mismos vacuos e intrascendentes resultados obtenidos por el Hollywood más chapucero en la materia. Además de, para más inri, una incómoda sensación de déjà vu, fomentada por giros accesorios (la desaparición del niño) y la previsibilidad de su conclusión. Aspectos que tiran por la borda los logros obtenidos en la primera parte, donde incluso ni importaba el esquematismo imperante en el dibujo de todos los personajes.

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Personajes que ejecutan como bien pueden y saben un elenco realmente atractivo y llamativo pero en el que no todos logran brillar a la misma altura. Si Álex García consigue sostener admirablemente bien sobre sus hombros el peso de todo el film, incorporando con solvencia un modélico acento caucásico y respondiendo con notable contundencia en todas las aristas, muchas de ellas difíciles de actuar, de su personaje; hay que hablar de absoluto desaprovechamiento en los casos de Carmen Machi, a la que se le otorgan algunos buenos momentos en el inicio para luego hacer languidecer su personaje hasta el tópico más injusto, o del siempre grato de ver Héctor Alterio, cuyo personaje, como el de Iván Massagué, responde más a necesidades de guión para justificar elementos del todo prescindibles. Tampoco el rol otorgado a Verónica Echegui hace justicia al talento de la actriz, relegada aquí a un personaje que actúa de mera comparsa y la obliga a tirar de sensiblería de postín en demasiados momentos. Por contra, Leticia Dolera obtiene notoriedad individual haciendo gala de una tronchante vis cómica, aprovechando sus escasas intervenciones para adjudicarse algunos de los momentos más felices de Kamikaze, aunque la gran mayoría de estos estén comandados por la impagable presencia de un enorme, magistral y brillante Eduardo Blanco y sus tacones, en un personaje que bien podría representar el rol inmortalizado por Benigni en su popular film y que se erige desde su aparición en lo más salvajemente divertido de un film que, a su favor, presenta también una cuidada y eficiente factura, lo que al final lo convierte en un producto medianamente digno e incluso disfrutable para el gran público.

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Puntos fuertes a los Goya 2015:

  • Mejor Actor Secundario: Eduardo Blanco.
  • Mejor Actriz Secundaria: Leticia Dolera.
  • Mejor Actor Revelación: Álex García.
  • Mejor Dirección de Fotografía: Miguel Ángel Amoedo.
  • Mejor Música Original: Manel Santisteban.
  • Mejor Dirección Artística: Fernando González.
  • Mejor Montaje: Antonio Frutos.
  • Mejor Dirección de Producción: Juan López Olivar.
  • Mejor Sonido: Ignacio Arenas (Directo) e Ignacio Royo Vilanova (Mezclas).
  • Mejores Efectos Especiales: Pau Costa Moller y Juan Manuel Nogales.

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